martes, 18 de octubre de 2016

Aquí no ha pasado nada (2016): Los objetos en el espejo están más cerca de lo que aparentan

Hace poco, el filme “Aquí no ha pasado Nada” de Alejandro González Almendras, fue nominado por el Ministerio de Cultura como el representante de Chile para los Premios Goya, mientras que para los Oscar, la elegida fue “Neruda” de Pablo Larraín. Esta nominación resulta sintomática, considerando que ambos filmes se estrenaron con pocas semanas de diferencia. Mientras “Neruda” apela a un tipo de cine más comercial y digerible, “Aquí no ha pasado nada” se revela como un termómetro de la conciencia nacional en torno a los temas que más nos están preocupando como sociedad. Su presentación en los Goya, un premio de absoluta importancia pero mucho más local, nos habla del sentido que tiene este filme como muestra del cine que se está realizando en nuestro país, y hacia donde está caminando la producción de filmes en Chile.



“Aquí no ha pasado nada” se enmarca en las películas que responden a la crónica roja y la contingencia en la que nacen, un poco retomando ejemplos del Nuevo Cine Chileno, como “El Chacal de Nahueltoro”. Su primera imagen, un plano secuencia que sigue a Vicente, su protagonista, nos habla del laberinto en el que tendrá que moverse este personaje desde que se ve involucrado en el accidente que mata a un pescador local. Este pie, sin embargo, no busca la empatía. En un filme donde todos son culpables de alguna forma, el espectador se ve obligado a guardar una conveniente distancia. “Aquí no ha pasado nada” es una película sin héroes, precisamente porque su director está más interesado en mostrar esa falta de interés, esa distancia que tienen los protagonistas con todo lo que les rodea y que no pertenece al mundo, a la burbuja en la que se mueven.




Curiosamente, es lo que no se ve en este filme lo que genera la mayor tensión. El accidente al que se enfrentan pasa a ser una anécdota de la que todos los protagonistas quieren librarse. El conflicto, el miedo de los protagonistas se encuentra fuera de su campo de visión, y desde ahí es transmitido a los espectadores, efecto que es ampliamente conseguido por el director Fernández Almendras. Esto se condice con lo que señala Bonitzer, al decir que “lo que simplemente quiere el cine es que lo que tiene lugar en la contigüidad del fuera de campo tenga tanta importancia desde el punto de vista dramático –e incluso a veces más- como lo que tiene lugar en el interior del cuadro. Lo que está dramatizado es todo el campo visual”[1].  


Fernández Almendras expone a sus personajes y nos obliga a adentrarnos en su interpretación de las cosas. Ese es uno de los puntos más interesantes de este filme. Acostumbrados como estamos a ver películas “basadas en hechos reales”, asumiendo que las cosas en la vida real sucedieron como se cuentan, Fernández Almendras presenta una interpretación de los hechos, haciéndose cargo del rol del cine y haciendo eco de que algo que Bonitzer también nos dice más adelante “la pantalla no es una ventana abierta al mundo, sino una superficie de registro. La profundidad de campo no es un horizonte abierto, es una distribución de planos. La mirada cree hundirse, recorrer un espacio abierto y libre, como se podría abrazar, desde lo alto de un balcón, un paisaje, pero no hace en realidad más que barrer una superficie limitada- la de la pantalla- a partir de un punto de vista rígido y bloqueado”[2].


“Aquí no ha pasado nada” expresa su contemporaneidad no sólo a través de su temática contingente, sino que también a través del uso de tecnologías, que se ven potenciadas a través de la intertextualidad y el uso de referentes como twitter y los medios de circulación nacional. Es cine del cotidiano, de lo inmediato, pero no hecho a la rápida. Habla de su tiempo y nos entrega una respuesta mucho más vertiginosa que lo que veíamos antes. El crimen de Martín Larraín ocurrió hace dos años y ya tenemos una película. La inmediatez de la información es algo que no vivíamos hace 10 años. El cine de Fernández Almendras responde de la manera en que las nuevas generaciones viven el mundo.

Este cine independiente, hecho con pocos recursos - su director señala que el rodaje se realizó en 10 días, en casas de amigos de la productora – opera como contraparte de las obras que vimos durante el Novísimo Cine Chileno. Un tipo de historia que se remitía de alguna forma a la realidad que se estaba viviendo en Chile post-dictadura, sin que esta tocara los eventos. En este filme de Fernández Almendras, ésta tampoco está presente, pero si se advierte la forma en la que se maneja el poder en la clases más acomodadas, una herencia de esa época de nuestra historia. De alguna manera, también es cine político, pero como señala Carolina Urrutia refiriéndose a otros filmes chilenos, “obedece a una concepción de lo político inscrito en una sociedad despolitizada, inmersa en una cultura de mercado y neoliberal, que exige pensar el cine desde otras categorías y otros materiales de expresión” y continúa “las narraciones, se concentran en lo individual, (en la ausencia de familia) en el ingreso a lo privado particularizando, en cada caso, una idea del mundo o al menos, una referencia al contexto y un dar cuenta del daño producido por la dictadura y por las nuevas lógicas capitalistas y neoliberales, asumiendo el lugar privilegiado que tiene el cine como puente entre la cultura, la historia y la política”[3]



Lo que Fernández Almendras hace en este filme es hablarnos desde lo supuestamente despolitizado para hacer una propuesta que tiene mucho más que ver con lo político (asumiendo este concepto como lo relacionado con la “polis” griega; lo que pasa en la ciudad) y lo público, pero enfocándose en un sector de la sociedad que nos es desconocido. Desde ese desconocimiento, el director nos interpela y nos provoca. “Es la película la que tiene que incomodarte”, señaló recientemente Fernández Almendras en un foro, y lo logra.

En su última escena, el filme nos muestra a la asesora de hogar entrando al lugar donde se ha desarrollado una fiesta, mucho tiempo después de los incidentes que dan cuerpo a la historia. Apaga la música, comienza a ordenar los platos y luego, apaga el fuego de las brasas de un asado con agua. Ese símbolo, con esta mujer que se parece tanto a nosotros poniendo los “paños fríos” en la gran celebración, es la forma en la que Fernández Almendras nos pregunta directamente que fue lo que hicimos para que este caso se fuese olvidando. En una sociedad que acepta el lento olvido (y el lento perdón) de todo, el cine de este director aporta y reestablece lo que se entiende como realidad, con sus claroscuros y sus circunstancias, obligándonos a mirarla de frente.






Bibliografía:
-          Pascal Bonitzer. “El Campo Ciego: Ensayos sobre el Realismo en el Cine”. Santiago Arcos Editor. Año 2007.
-          Carolina Urrutia. “Fabulaciones del Espacio y la Tensión de los Cuerpos. Apuntes sobre tres filmes chilenos”. Disponible en http://campocontracampo.cl/textos/2



[1] Bonitzer, Pascal. “El campo ciego”. Pag. 69
[2] Ibid, Pág 83
[3] Urrutia, Carolina. “Fabulaciones del espacio y la tensión de los cuerpos. Apuntes sobre tres filmes chilenos”. Pag 4

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