viernes, 22 de noviembre de 2019

Todos los días D.E.






Hoy es un día indeterminado después del estallido. No sé cuantos días han pasado y no quiero contarlos. Hemos visto cosas que no creerías y otras apenas las hemos logrado conocer a través de lo que nos dicen nuestros amigos y sus capturas en video. "Ayer tuvimos un guanacazo en la librería" "Los pacos están disparando al cuerpo" "Por allá no, los pacos están encajonando" "Hubo gente que tuvo que tirarse al río". Una piensa en que algo hay ahí, una matrix con una realidad que parece que estuvo ahí siempre, pero que no mirábamos. Que no puede ser casual. Que es imposible que todo esto no se haya orquestado siempre y de manera habitual, que debe formar parte de alguna estrategia infame.

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Anteayer recibimos el informe de Amnistía Internacional sobre violaciones a los Derechos Humanos. El informe fue lapidario en sus cifras. Sin embargo, un dato me quedó dando vueltas: este tipo de violaciones no son inusuales en nuestro país.
¿No lo son? ¿Donde estaban?
En lugares lejos del centro. En la Araucanía. En comunidades que pelean desde hace años por el agua. En las zonas de sacrificio. La violación sistemática de los DDHH en Chile no ha parado jamás, sólo que no la veíamos, o no queríamos verla. Los medios para informarnos - en mi caso, twitter principalmente - tampoco daban cuenta de ello. La vida cómoda con queso y vino me había obnubilado. Y si eventualmente nos enterábamos de algo, eran hechos que estaban pasando en otro lugar, en otro territorio.

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Pienso en eso todo el tiempo. Nunca comprendimos al país como un territorio propio, con gente y costumbres que nos pertenecían a todos de igual forma. Nunca pudimos comprenderlo. Siempre vivimos en el metro cuadrado, estableciendo relaciones con pares, porque así es como se dan las cosas en una sociedad altamente segregada. Nos juntamos con nosotros mismos y tenemos la osadía de sorprendernos cuando tenemos amigos en común.

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Hace alrededor de 10 días, nos entusiasmamos. Sentimos que podíamos cambiar algo desde la razón. Nos organizamos en cabildos, sin dejar las calles. Surgieron ideas, quisimos aprender más. Preguntamos y volvimos a preguntar. Nadie tiene miedo de no entender las leyes; queremos saberlo todo, ¡el argumento es nuestra arma! Una fuerza renovada para poder ir hacia el país que nos gustaría armar para todos.

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Mientras eso pasa, ellos dicen que estamos equivocados, que el acuerdo para un nuevo pacto social no dice exactamente lo que creemos que dice, y de paso, sus fuerzas de orden siguen torturando, violando, matando, mutilando, persiguiendo, deteniendo sin sentido. El gobierno desapareció y estamos en manos de psicópatas. El gobierno se quitó la máscara y se hizo uno con sus psicópatas de turno.

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Los cantos siguen allá afuera. Cacerolazo de número incierto. En mi barrio, las aspas de los helicópteros se confunden con el ruido de las micros color verde aturquezado. Llevamos un mes y no quiero acostumbrarme, pero ellos siguen formando parte del paisaje.
Se vienen muchos meses como este.





martes, 22 de octubre de 2019

Santiago de Chile, Octubre de 2019 / Primera parte


          Las explicaciones de este caso.

La última vez que tuve intenciones de escribir una crónica detallada lo que estaba pasando fue en el verano de 1997. En enero de ese año, mi amigo Juan Pablo desapareció del campamento donde estaba haciendo su servicio militar de verano. Lo encontraron tres días después, con signos de golpizas, asesinado. No pudimos ver su cuerpo. Sus compañeros no dijeron nada. Hasta hoy no sé quién lo mató.

La crónica que comencé a escribir en ese momento tenía por finalidad explicarle a Juan Pablo todas las cosas que habían pasado desde que supimos de su desaparición hasta que lo encontráramos. Pensé que sería lindo para él leer de primera fuente lo preocupados que estábamos por él. Cuando su cuerpo apareció, rompí el registro. Fue un tremendo error, porque por más que lo intento, no puedo acordarme de cómo me sentía en esos momentos. Recuerdo el sentimiento posterior – me ha acompañado por 22 años – pero no puedo recordar el durante.

Asumiendo que incluso las cosas más escalofriantes pueden ser olvidadas, decido teclear. Para que no se me pase, para sacar afuera, pero por sobre todo, para hacerme responsable de esta realidad que vivimos y de la que probablemente, también tengo un grado de culpa.

Los viernes siempre son buenos viernes

En la burbuja que habito, los viernes siempre son buenos viernes. Salgo temprano, puedo almorzar algo largo, beber vinito a esa hora, estirarme, pensar y casi siempre hay algo que hacer con amigos en la noche. En estos momentos, tengo organizado un ciclo personal con películas de Martin Scorsese que vemos los viernes o los sábados. Este viernes es 18 de octubre y junto a Hugo Riquelme haremos una charla sobre Comics y Cine. Uno de mis críticos de cine favoritos me llama para decirme que no puede asistir a esa actividad. Me pone contenta saber que al menos tiene ganas de ir.

Termino mi trabajo, voy al Cantábrico y me como una cazuela y un litro de malta con Hugo. Caminamos, quiero comprarle un regalo a mi novio que pronto estará de cumpleaños. Vemos pasar un grupo de mujeres muy jóvenes gritando en dirección contraria a la nuestra. El grito es “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”… cierto, pienso. Están evadiendo. Ellas y ellos están evadiendo el pago del pasaje del metro. Detrás de ellas, un carro lanza agua y algo que parece ser una bomba lacrimógena.

Con mi amigo comentamos lo interesante que es este movimiento. Nos pone contentos que haya algo de disconformidad en el ambiente. Somos una sociedad conscientemente adormecida, centrada en el gasto y en el lujo, en el sobre consumo, la parafernalia y el espectáculo. Lo sabemos y lo vivimos todos los días con la entrega del enfermo terminal que no tiene nada que perder. Algo de agitación por parte de los jóvenes puede venirnos bien, pienso. Estamos viendo la punta del iceberg, insisto

El iceberg al que me refería tuvo un rápido desprendimiento durante esa tarde. Manifestaciones en Plaza Italia y varios contingentes de carabineros que de a poco fueron generando una, dos, tres explosiones de gente en la calle, en el metro, en las micros. Vuelan las bombas lacrimógenas. Mi fuero interno siempre ha sido claro al respecto: Odio las lacrimógenas, me caen mejor las molotov. La provocación del estado siempre es mayor a la reacción del pueblo. Volvemos al lugar donde haremos la charla y decidimos hacerla de todas formas. La manifestación hasta este momento no se diferencia particularmente de otras, pero hay algo dando vueltas en el ambiente. Huele distinto, se ve distinto. 

Se viene la noche, volvemos a casa. Con mi novio vivimos a 10 cuadras del centro de Santiago y ese día nuestros amigos nos llevan a todos en su automóvil. Somos privilegiados cuando llegamos a casa, destapamos una cerveza y seguimos conversando sobre lo que está pasando. El presidente dice algo en pantalla, lo mismo que seguirá diciendo durante al menos los cuatro días siguientes.

La noche resultó ser un poco más larga de lo que teníamos planificada


 No pasa hasta que te pasa

No puedo evitar seguir pensando en las ratas de La Peste, de Albert Camus. Una rata, dos ratas, diez ratas que asomaron para advertirle al pueblo de Orán que venía la peste. Nadie las vio hasta que la enfermedad emergió por todos lados. El pueblo de Orán se contaminó por no querer hacer caso a las señales.

El sábado 19 de octubre de 2019 en la mañana había noticias alarmantes, pero decidimos salir igual. Era un día tranquilo, había algo de sol, era mañana de entrenamiento funcional. Con mi novio vamos a Barrio Italia. Vemos libros ilustrados, pienso en nuevos regalos de cumpleaños. Volvemos por Santa Isabel. Se escuchan los primeros cacerolazos. Tengo hambre. Almorzamos.

Vamos camino a casa y vemos una columna de gente caminando por la alameda. Queremos participar, corremos, viene una nueva lacrimógena. Pica, todo pica. Seguimos corriendo. Nos han entrenado bien para eso.

Sigo sintiendo que hay algo más aquí. Sé que el sistema no sabe operar de otra forma que no sea reprimiendo. Pedro me propone comprar alimentos no perecibles “en caso de que pase algo”. Me parece una exageración, pero decido hacerlo de todas formas.

¿Qué tan incorporada tengo que estar al engranaje para no asumir en ese punto que ya no va a haber retorno?

Todos quienes nos criamos en dictadura tenemos una idea tenebrosa sobre lo que significa un toque de queda. Todos compartimos un miedo primordial respecto a lo que pueden hacer las fuerzas armadas y la coerción de nuestras libertades. Pero ese sentimiento es apenas un atisbo, algo que mínimamente podemos imaginar. Si no lo veo, no lo creo. Nos criaron para además tener miedo. Niños de 42 años que siguen pensando que hay gente a la que hay que tratar de “usted”.

El anuncio del toque de queda nos golpea en demasiados lugares que no conocía. Lloro con impotencia. Pienso en las elecciones, pienso en la gente a cargo, pienso en mis padres. No me atrevo a llamarlos por teléfono, porque siento, de alguna forma, que si ellos tienen que volver a pasar por esto, es porque mi generación no fue capaz de impedirlo.


martes, 20 de agosto de 2019

Como desees: Un cuento de conmemoración.


Hace un tiempo atrás, los compañeros Daniel Leal y Hugo Riquelme me lanzaron un desafío: Escribir un texto acerca de uno de los brujos australes de mi amigo Carlos Andueza. El brujo escogido fue precisamente, una propuesta que le lancé yo misma; un brujo con el poder de un kraken, de poder enorme y que fuera más allá de lo comprensible. 
El resultado de ese experimiento fue este cuento, que fue presentado en el programa "¿Y tú que harías?" de Radio Hobby FM. Lo muestro hoy porque es el aniversario de Lovecraft y porque de alguna forma, no puedo deshacerme de la influencia de mis autores favoritos. Con todo cariño y admiración, este cuento para uds. 




El ojo verde de Ramón se posó directo sobre la línea del horizonte marino. Allí, en ese límite, estaba la respuesta. Estaba seguro de eso, pero su ojo negro, el otro, el atrofiado, no le permitía enfocar correctamente. Como fuera, ahí estaba. Y faltaba poco para que se revelara a todos, creyeran en ella o no.

Mirando el horizonte por un solo ojo, el bueno, el sano, todo parecía accesible, pero cuando intentaba usar los dos ojos, las cosas se volvían difusas. “Ese ojo es obra del demonio” escuchó una vez saliendo de misa con su madre. Por supuesto, la madre, que reconocía el efecto que provocaba esa anormalidad en el resto, lo apartó rápidamente para que no siguiera escuchando los comentarios de los vecinos del pueblo. La gente sentía piedad sólo dentro de la iglesia, donde dios pudiera mirarlos. Afuera, todo era intensamente humano y por lo mismo, no había perdón para él.

Su ojo negro era incómodo, pero su ojo verde era perfecto. A través de él lo veía todo, incluso esas cosas que los otros no querían mostrar. ¿Era alguna clase de poder mágico? Ramón no lo sabía. Pero si sabía algo: la dualidad de su mirada le permitía ver las cosas de dos formas distintas, casi como si fuese dos personas diferentes, aunque el resto no se diera cuenta. Disfrutaba esa sensación de saberse conocedor de algo sobre sí mismo que el resto no podía adivinar. 

Fue precisamente el ojo verde el que alertó sus pensamientos esa mañana. El mar en sus tierras no era como en otras latitudes. Había escuchado sobre un mar tempestuoso allá dentro, que tragaba pescadores, sirenas y piratas, pero acá, en la orilla, el océano apenas se movía. Eso al menos a simple vista, porque allá, al fondo de todo, algo acechaba. El ojo verde podía alcanzar la visión con total seguridad, pero el negro no permitía comprenderlo todo. Lo comentó con su madre.

-          Viene algo madre, lo puedo ver.
-          No hijo. Imposible. Nada viene acá, nunca.
-          Estoy seguro. Lo veo, lo siento.
-          No – esta vez la voz de la madre sonó más dura – deja de pensar en eso. No vendrá nada, ni aunque lo desees.

Ramón no logró ver el temblor de su madre. Su ojo negro la estaba apuntando.

“Ni aunque lo desees”. Su madre le había dicho eso innumerables veces desde su niñez. “Ni aunque lo desees” parecía ser el conjuro que ella había descubierto para coartar todas las acciones de Ramón. ¿Quieres salir del pueblo? Ni aunque lo desees. ¿Quieres conocer los secretos de todos? Ni aunque lo desees. ¿Quieres abandonar tu hogar? Ni aunque lo desees.

Algo venía, algo que él no podía comprender. Consultó con las mujeres de la orilla del mar, las que recogían algas. “¿Han visto algo inusual en los últimos días?” Nada, las mujeres apenas contestaron. Una chica le comentó que era normal en esta época del año creer ver cosas, había barcos que pasaban rumbo al puerto principal y las ballenas cruzaban para aparearse. “No debe ser nada, Ramón, usted siempre con esas ideas. Tanto pajarito en la cabeza, debe ser porque nació ahogado” dijo una de las viejas, junto con una risita.

Su ojo verde se posó con furia en la mujer pero su ojo negro se desvió violentamente hacia la derecha. Salió corriendo de ahí.

“Algo viene, algo viene” se repetía.

-          Madre, tienes que prepararte, algo vendrá pronto. 
-          Nunca ha venido nada, deja de pensar en eso.
-          Pero ¿si esta vez si lo hiciera?
-          Ni aunque lo desees
-          ¿Y si lo deseara?

La madre dejó de lado lo que estaba haciendo y lo miró fijamente, como nunca antes.

-          Si lo desearas, tal vez podría venir algo.

Esa noche soñó con la tempestad que nunca había visto, con olas gigantes y barcos arrastrados al fondo del mar. También soñó con mujeres, hombres, niños, ancianos, atrapados por una fuerza incontenible, presas del dolor del agua entrando por sus pulmones. Vio a todo el pueblo desaparecer, mientras él sobrevivía, indolente frente a todos.

Despertó confiado. Si lo deseaba, tal vez podría venir algo.

Se dirigió al borde de la playa y enfocó su ojo verde. Pensó concentradamente en sus deseos: las mujeres burlonas, el cura del pueblo, la gente que lo menospreciaba. Todos ellos caerían sin piedad.

-          Te estoy esperando, ¡VEN A CAZAR CONMIGO!

Algo se movió al fondo del horizonte. Escuchó una voz que venía de más allá, pero que parecía emanar de sí mismo.

-          ¿Estás seguro de lo que deseas?
-          Sí, estoy aquí y estoy seguro.
-          He esperado a que me llames todos los días de mi vida, desde que te concebí. Te di el poder de ver lo invisible. ¿Estás seguro de lo que deseas?
-          Sí, estoy seguro.

La tierra se oscureció y sobrevino un silencio ensordecedor. Un movimiento comenzó de manera imperceptible hasta convertirse en una gran masa móvil, agrietando todas las construcciones y retrayendo el mar hacia el fondo del horizonte.

“¡VEN A CAZAR CONMIGO!” Gritó Ramón una vez más, para ver finalmente, un largo tentáculo ventoso emergiendo del océano.

-          Como desees, hijo mío.

Y la oscuridad sobrevino sobre ese pueblo al que nunca venía nada, en el que nunca pasaba nada.