Hace
poco, el filme “Aquí no ha pasado Nada” de Alejandro González Almendras, fue
nominado por el Ministerio de Cultura como el representante de Chile para los
Premios Goya, mientras que para los Oscar, la elegida fue “Neruda” de Pablo
Larraín. Esta nominación resulta sintomática, considerando que ambos filmes se
estrenaron con pocas semanas de diferencia. Mientras “Neruda” apela a un tipo
de cine más comercial y digerible, “Aquí no ha pasado nada” se revela como un
termómetro de la conciencia nacional en torno a los temas que más nos están
preocupando como sociedad. Su presentación en los Goya, un premio de absoluta
importancia pero mucho más local, nos habla del sentido que tiene este filme
como muestra del cine que se está realizando en nuestro país, y hacia donde
está caminando la producción de filmes en Chile.
“Aquí
no ha pasado nada” se enmarca en las películas que responden a la crónica roja
y la contingencia en la que nacen, un poco retomando ejemplos del Nuevo Cine
Chileno, como “El Chacal de Nahueltoro”. Su primera imagen, un plano secuencia
que sigue a Vicente, su protagonista, nos habla del laberinto en el que tendrá
que moverse este personaje desde que se ve involucrado en el accidente que mata
a un pescador local. Este pie, sin embargo, no busca la empatía. En un filme
donde todos son culpables de alguna forma, el espectador se ve obligado a
guardar una conveniente distancia. “Aquí no ha pasado nada” es una película sin
héroes, precisamente porque su director está más interesado en mostrar esa
falta de interés, esa distancia que tienen los protagonistas con todo lo que
les rodea y que no pertenece al mundo, a la burbuja en la que se mueven.
Curiosamente,
es lo que no se ve en este filme lo que genera la mayor tensión. El accidente
al que se enfrentan pasa a ser una anécdota de la que todos los protagonistas
quieren librarse. El conflicto, el miedo de los protagonistas se encuentra
fuera de su campo de visión, y desde ahí es transmitido a los espectadores,
efecto que es ampliamente conseguido por el director Fernández Almendras. Esto
se condice con lo que señala Bonitzer, al decir que “lo que simplemente quiere el cine es que lo que tiene lugar en la
contigüidad del fuera de campo tenga tanta importancia desde el punto de vista
dramático –e incluso a veces más- como lo que tiene lugar en el interior del
cuadro. Lo que está dramatizado es todo el campo visual”[1].
Fernández
Almendras expone a sus personajes y nos obliga a adentrarnos en su
interpretación de las cosas. Ese es uno de los puntos más interesantes de este
filme. Acostumbrados como estamos a ver películas “basadas en hechos reales”,
asumiendo que las cosas en la vida real sucedieron como se cuentan, Fernández
Almendras presenta una interpretación de los hechos, haciéndose cargo del rol
del cine y haciendo eco de que algo que Bonitzer también nos dice más adelante “la pantalla no es una ventana abierta al
mundo, sino una superficie de registro. La profundidad de campo no es un
horizonte abierto, es una distribución de planos. La mirada cree hundirse,
recorrer un espacio abierto y libre, como se podría abrazar, desde lo alto de
un balcón, un paisaje, pero no hace en realidad más que barrer una superficie
limitada- la de la pantalla- a partir de un punto de vista rígido y bloqueado”[2].
“Aquí
no ha pasado nada” expresa su contemporaneidad no sólo a través de su temática
contingente, sino que también a través del uso de tecnologías, que se ven
potenciadas a través de la intertextualidad y el uso de referentes como twitter
y los medios de circulación nacional. Es cine del cotidiano, de lo inmediato,
pero no hecho a la rápida. Habla de su tiempo y nos entrega una respuesta mucho
más vertiginosa que lo que veíamos antes. El crimen de Martín Larraín ocurrió
hace dos años y ya tenemos una película. La inmediatez de la información es
algo que no vivíamos hace 10 años. El cine de Fernández Almendras responde de
la manera en que las nuevas generaciones viven el mundo.
Este
cine independiente, hecho con pocos recursos - su director señala que el rodaje
se realizó en 10 días, en casas de amigos de la productora – opera como
contraparte de las obras que vimos durante el Novísimo Cine Chileno. Un tipo de
historia que se remitía de alguna forma a la realidad que se estaba viviendo en
Chile post-dictadura, sin que esta tocara los eventos. En este filme de
Fernández Almendras, ésta tampoco está presente, pero si se advierte la forma
en la que se maneja el poder en la clases más acomodadas, una herencia de esa
época de nuestra historia. De alguna manera, también es cine político, pero como
señala Carolina Urrutia refiriéndose a otros filmes chilenos, “obedece a una concepción de lo político
inscrito en una sociedad despolitizada, inmersa en una cultura de mercado y
neoliberal, que exige pensar el cine desde otras categorías y otros materiales
de expresión” y continúa “las
narraciones, se concentran en lo individual, (en la ausencia de familia) en el
ingreso a lo privado particularizando, en cada caso, una idea del mundo o al
menos, una referencia al contexto y un dar cuenta del daño producido por la
dictadura y por las nuevas lógicas capitalistas y neoliberales, asumiendo el
lugar privilegiado que tiene el cine como puente entre la cultura, la historia
y la política”[3]
Lo
que Fernández Almendras hace en este filme es hablarnos desde lo supuestamente
despolitizado para hacer una propuesta que tiene mucho más que ver con lo
político (asumiendo este concepto como lo relacionado con la “polis” griega; lo
que pasa en la ciudad) y lo público, pero enfocándose en un sector de la
sociedad que nos es desconocido. Desde ese desconocimiento, el director nos
interpela y nos provoca. “Es la película la que tiene que incomodarte”, señaló
recientemente Fernández Almendras en un foro, y lo logra.
En
su última escena, el filme nos muestra a la asesora de hogar entrando al lugar
donde se ha desarrollado una fiesta, mucho tiempo después de los incidentes que
dan cuerpo a la historia. Apaga la música, comienza a ordenar los platos y
luego, apaga el fuego de las brasas de un asado con agua. Ese símbolo, con esta
mujer que se parece tanto a nosotros poniendo los “paños fríos” en la gran
celebración, es la forma en la que Fernández Almendras nos pregunta
directamente que fue lo que hicimos para que este caso se fuese olvidando. En
una sociedad que acepta el lento olvido (y el lento perdón) de todo, el cine de
este director aporta y reestablece lo que se entiende como realidad, con sus
claroscuros y sus circunstancias, obligándonos a mirarla de frente.
Bibliografía:
-
Pascal Bonitzer. “El Campo Ciego: Ensayos
sobre el Realismo en el Cine”. Santiago Arcos Editor. Año 2007.
-
Carolina Urrutia. “Fabulaciones del
Espacio y la Tensión de los Cuerpos. Apuntes sobre tres filmes chilenos”.
Disponible en http://campocontracampo.cl/textos/2
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