“La
Noche de los Muertos Vivientes”, la primera película del cineasta George
Romero, se estrenó en 1968. Deliberadamente filmada en blanco y negro, nos
introduce desde sus créditos en un camino sinuoso. La cámara está puesta dentro
de lo que parece un automóvil, y nos habla de lo que vendrá: el camino es
solitario y desconocido para nosotros. La imagen no se explica por si misma; no
así la música, que con tintes dramáticos, nos intenta incorporar en una
historia de terror.
Al
momento descubrimos que los protagonistas tienen la claridad de la que el
espectador carece. Se dirigen al cementerio a dejar una ofrenda floral a la
tumba de un padre que según señala uno de ellos “ya no recuerdan”. Su madre si,
y por eso la obligación de ir a rendir los honores. Frente a la tumba del
padre, se delinean los primeros antecedentes de la pareja. Son hermanos, y
mientras ella mantiene una actitud más bien piadosa (se arrodilla para rezar),
su hermano muestra más desfachatez y resolución. No cree en nada, y es desde
ese escepticismo que se enfrenta a la primera presencia de un ser-no-humano. Iniciado
el primer acto, la hermana se queda sola frente a un mundo que ella creía
conocer pero que en realidad, le es completamente desconocido.
“Masson argumenta que para entender
una película, para seguirla, debemos pasar a través de una serie de –podríamos
llamar- portales. En cada uno de estos sucesivos portales preguntamos algo, o
establecemos una hipótesis acerca del estatus o la identidad de aquello que
estamos viendo y escuchando”[1], señala Martin. El primer
traspaso del portal lo hace tanto el espectador como la protagonista. En ese
punto, ella deja de tener certezas y desde ese momento, tanto ella como
nosotros nos enfrentamos a lo incógnito. Tanto dentro como fuera de la pantalla,
estamos en igualdad de condiciones.
Resulta
un alivio entonces que la protagonista encuentre una casa en medio del camino.
La decoración sugiere la calidez del hogar, pero al instante descubre que no es
así. Un cadáver femenino, roído y sanguinolento la observa fijo desde el
segundo piso. Esto, y la presencia de animales embalsamados en una de las
habitaciones nos remite de inmediato a otro clásico del cine, Psicosis
(Hitchcock, 1960), la que parece ser un antecedente para la puesta en escena
que estamos presenciando. Nos recuerda que las apariencias engañan, y en este
mundo, esa información será más que necesaria para comprenderlo.
La
aparición de Ben, un joven afroamericano, viene a sacudir las cosas. Desde el
inicio, comprendemos que Ben es un sobreviviente, alguien que “viene de vuelta”
y que parece tener más información sobre lo que está pasando. La casa se
transforma en una isla, un refugio para ambos, que es fuertemente defendido por
el joven. Afuera, la presencia de los seres extraños –les llaman “gul”- se
sigue acrecentando y la tensión sube con el repentino descubrimiento de otros
refugiados dentro de la casa, compuesto por una familia y una pareja que se han
tomado el sótano, con miedo por lo que ocurre y sin esperanza en el futuro.
Pese
a que existe interrelación entre los personajes, cada uno está librando una
batalla personal. Esto se ve observa principalmente en la protagonista, Barbra,
que frente a las dificultades cae en un estado de shock que no le permite
articular acciones para resolver el conflicto. Se contrapone a Ben, quien busca
formas de mejorar la situación en la que está. No es casual que precisamente en
este caso, sea la joven blanca, virginal y bonita (se desprende que también es
acomodada socialmente) quien no puede hacer frente a los conflictos, mientras
que Ben, el joven afroamericano, no sólo lo hace, sino que también parece estar
acostumbrado a hacerlo. Este detalle puesto aquí por Romero, nos habla de lo
que va a pasar finalmente: provienen de mundos distintos, mundos que de otra
forma no se hubiesen tocado. No hay amistad entre ellos, y no va a haberla
tampoco.
A
diferencia de su “Dawn of The Dead”, en este filme el director hace una crítica
al consumo social de manera casi sutil. Mientras que en “Dawn of the Dead” la
critica a los “zombies de mall” es frontal (“tal vez caminan por acá porque en
este lugar fueron felices”), la crítica en “La noche de los muertos vivientes”
se expresa a través de la antropofagia. La hermosa pareja conformada por Tom y
Judy, quienes estaban escondidos en el sótano, son masacrados y devorados por
los “gul”, después de morir quemados intentado huir. Los “gul”, errantes por el
mundo producto de una falla humana, intentan apoderarse de lo que sea,
“consumir” todo lo que tienen por delante, independiente de su belleza o de su
bondad.
Los
personajes de este filme se encuentran sitiados, sin futuro. En esas
condiciones, el individualismo surge feroz, y sin empatía, todos parecen
condenados a la muerte. Sin embargo, Ben, que a la vez es el único que logra
ponerse en los zapatos del resto de sus compañeros, es a su vez el único que
sobrevive a la masacre.
Martin
nos vuelve a indicar que “Las películas
no sólo reflexionan filosóficamente sobre imágenes-movimiento o
imágenes-tiempo; en los movimientos, alternancias, transacciones y
circulaciones que establecen, también filosofan sobre la eterna pregunta: que
significa, y como se logra, que las personas se junten en comunidad y que hace
que se separen”[2].
¿Qué es lo que hace que los personajes en este filme se separen? La
sobrevivencia, probablemente, pero históricamente la sobrevivencia de la
especie ha estado dada por la vida en comunidad. Algo que lamentablemente el
grupo de personas dentro de la casa desconoce, pero sus cazadores, tanto los
“gul” como quienes llegan hacia el final de la película, conocen claramente.
La
señal que nos da el final y créditos de la película nos llevan a la
desesperanza. En un gesto que parece enfatizar esto último, Romero abandona la
imagen móvil y nos muestra a través de fotografías el destino (terrible) de
Ben. Es confundido con un gul, cazado por un grupo de personas, su cuerpo es
arrastrado con ganchos y finalmente quemado en una pira. Ben es un personaje
que no se encuentra seguro en ninguna parte y que no es reconocido como par por
nadie, algo que también les ocurre a todas las personas que viven bajo la
discriminación por su origen étnico o situación social. La crítica es tal, que
las imágenes van siendo interrumpidas por los créditos de la película, como
diciendo que en realidad, esto ya no vale la pena y no es necesario seguir
hablando de esta historia.
En
tiempos en los que el concepto de “autor” se concibe a como un vendedor de
mercancías, el cine de Romero emerge como un buen ejemplo de arte termita, de
aquel que se mete entremedio de las estructuras y las va horadando para
convertirlas en otra cosa, “una inmersión
de lombriz en un área pequeña, sin destino o fijación, y sobre todo, la
concentración en incidir en el momento sin aportarle glamour, pero olvidando
este logro tan luego como ha ocurrido”[3].
La aparición de su cine, creando un género nuevo, parece inocente a primera
vista, pero transcurridos los años, es innegable su presencia y su permanente
trascendencia en la forma en la que entendemos esta área del audiovisual.
(Este texto fue presentado en el Diplomado "Teoría y Crítica de Cine" de la Pontificia Universidad Católica de Chile, año 2016)
[1]
Martin, Adrian. “¿Qué es el Cine Moderno”. Pag 30.
[2]
Martin, Adrian. Ibid. Pag 44
[3]
Farber, Manny. “Arte Termita contra Arte Elefante Blanco”, en http://www.lafuga.cl/arte-termita-contra-arte-elefante-blanco/716
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