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martes, 20 de agosto de 2019

Como desees: Un cuento de conmemoración.


Hace un tiempo atrás, los compañeros Daniel Leal y Hugo Riquelme me lanzaron un desafío: Escribir un texto acerca de uno de los brujos australes de mi amigo Carlos Andueza. El brujo escogido fue precisamente, una propuesta que le lancé yo misma; un brujo con el poder de un kraken, de poder enorme y que fuera más allá de lo comprensible. 
El resultado de ese experimiento fue este cuento, que fue presentado en el programa "¿Y tú que harías?" de Radio Hobby FM. Lo muestro hoy porque es el aniversario de Lovecraft y porque de alguna forma, no puedo deshacerme de la influencia de mis autores favoritos. Con todo cariño y admiración, este cuento para uds. 




El ojo verde de Ramón se posó directo sobre la línea del horizonte marino. Allí, en ese límite, estaba la respuesta. Estaba seguro de eso, pero su ojo negro, el otro, el atrofiado, no le permitía enfocar correctamente. Como fuera, ahí estaba. Y faltaba poco para que se revelara a todos, creyeran en ella o no.

Mirando el horizonte por un solo ojo, el bueno, el sano, todo parecía accesible, pero cuando intentaba usar los dos ojos, las cosas se volvían difusas. “Ese ojo es obra del demonio” escuchó una vez saliendo de misa con su madre. Por supuesto, la madre, que reconocía el efecto que provocaba esa anormalidad en el resto, lo apartó rápidamente para que no siguiera escuchando los comentarios de los vecinos del pueblo. La gente sentía piedad sólo dentro de la iglesia, donde dios pudiera mirarlos. Afuera, todo era intensamente humano y por lo mismo, no había perdón para él.

Su ojo negro era incómodo, pero su ojo verde era perfecto. A través de él lo veía todo, incluso esas cosas que los otros no querían mostrar. ¿Era alguna clase de poder mágico? Ramón no lo sabía. Pero si sabía algo: la dualidad de su mirada le permitía ver las cosas de dos formas distintas, casi como si fuese dos personas diferentes, aunque el resto no se diera cuenta. Disfrutaba esa sensación de saberse conocedor de algo sobre sí mismo que el resto no podía adivinar. 

Fue precisamente el ojo verde el que alertó sus pensamientos esa mañana. El mar en sus tierras no era como en otras latitudes. Había escuchado sobre un mar tempestuoso allá dentro, que tragaba pescadores, sirenas y piratas, pero acá, en la orilla, el océano apenas se movía. Eso al menos a simple vista, porque allá, al fondo de todo, algo acechaba. El ojo verde podía alcanzar la visión con total seguridad, pero el negro no permitía comprenderlo todo. Lo comentó con su madre.

-          Viene algo madre, lo puedo ver.
-          No hijo. Imposible. Nada viene acá, nunca.
-          Estoy seguro. Lo veo, lo siento.
-          No – esta vez la voz de la madre sonó más dura – deja de pensar en eso. No vendrá nada, ni aunque lo desees.

Ramón no logró ver el temblor de su madre. Su ojo negro la estaba apuntando.

“Ni aunque lo desees”. Su madre le había dicho eso innumerables veces desde su niñez. “Ni aunque lo desees” parecía ser el conjuro que ella había descubierto para coartar todas las acciones de Ramón. ¿Quieres salir del pueblo? Ni aunque lo desees. ¿Quieres conocer los secretos de todos? Ni aunque lo desees. ¿Quieres abandonar tu hogar? Ni aunque lo desees.

Algo venía, algo que él no podía comprender. Consultó con las mujeres de la orilla del mar, las que recogían algas. “¿Han visto algo inusual en los últimos días?” Nada, las mujeres apenas contestaron. Una chica le comentó que era normal en esta época del año creer ver cosas, había barcos que pasaban rumbo al puerto principal y las ballenas cruzaban para aparearse. “No debe ser nada, Ramón, usted siempre con esas ideas. Tanto pajarito en la cabeza, debe ser porque nació ahogado” dijo una de las viejas, junto con una risita.

Su ojo verde se posó con furia en la mujer pero su ojo negro se desvió violentamente hacia la derecha. Salió corriendo de ahí.

“Algo viene, algo viene” se repetía.

-          Madre, tienes que prepararte, algo vendrá pronto. 
-          Nunca ha venido nada, deja de pensar en eso.
-          Pero ¿si esta vez si lo hiciera?
-          Ni aunque lo desees
-          ¿Y si lo deseara?

La madre dejó de lado lo que estaba haciendo y lo miró fijamente, como nunca antes.

-          Si lo desearas, tal vez podría venir algo.

Esa noche soñó con la tempestad que nunca había visto, con olas gigantes y barcos arrastrados al fondo del mar. También soñó con mujeres, hombres, niños, ancianos, atrapados por una fuerza incontenible, presas del dolor del agua entrando por sus pulmones. Vio a todo el pueblo desaparecer, mientras él sobrevivía, indolente frente a todos.

Despertó confiado. Si lo deseaba, tal vez podría venir algo.

Se dirigió al borde de la playa y enfocó su ojo verde. Pensó concentradamente en sus deseos: las mujeres burlonas, el cura del pueblo, la gente que lo menospreciaba. Todos ellos caerían sin piedad.

-          Te estoy esperando, ¡VEN A CAZAR CONMIGO!

Algo se movió al fondo del horizonte. Escuchó una voz que venía de más allá, pero que parecía emanar de sí mismo.

-          ¿Estás seguro de lo que deseas?
-          Sí, estoy aquí y estoy seguro.
-          He esperado a que me llames todos los días de mi vida, desde que te concebí. Te di el poder de ver lo invisible. ¿Estás seguro de lo que deseas?
-          Sí, estoy seguro.

La tierra se oscureció y sobrevino un silencio ensordecedor. Un movimiento comenzó de manera imperceptible hasta convertirse en una gran masa móvil, agrietando todas las construcciones y retrayendo el mar hacia el fondo del horizonte.

“¡VEN A CAZAR CONMIGO!” Gritó Ramón una vez más, para ver finalmente, un largo tentáculo ventoso emergiendo del océano.

-          Como desees, hijo mío.

Y la oscuridad sobrevino sobre ese pueblo al que nunca venía nada, en el que nunca pasaba nada.

martes, 5 de septiembre de 2017

It (2017): Los miedos primordiales

La adaptación de novelas al cine ha sido una controversia que se remonta a los orígenes de esta disciplina, sin que esto cambie ni un poco la idea preconcebida de que el libro es mejor que la película. Salvo excepciones honrosas, siempre pareciera que el lector está más dispuesto a seguir defendiendo su obra escrita independiente de las representaciones que vemos en pantalla, como si éstas necesariamente se contrapusieran.

En casos como este, olvidamos que una adaptación es precisamente eso, y pretender ver en el cine exactamente lo que visualizamos en nuestras lecturas no es algo que parezca posible. Las historias desarrollan tantos mundos como lectores, teñidos con nuestras individualidades y prismas. Por lo mismo, el espectador-lector debería aspirar a que los elementos que hicieron de su obra escrita algo querible, se vean referenciados en la representación en pantalla. Y para ser justos, eso es algo que muchas veces se logra, con mayor o menor éxito.

La nueva adaptación de It, novela de Stephen King del año 1986, es una película que se nutre de eso para desarrollar su historia. Probablemente ahí se encuentre la mayor diferencia entre ella y lo desarrollado en la miniserie de 1990, que pudimos ver en televisión abierta y que nos tuvo hablando por años de "el payaso diabólico". El Pennywise de Tim Curry marcó a fuego a la generación noventera y por lo tanto, toda nueva versión de esta historia tendría como referencia a esa imagen. Mirada a la distancia, la miniserie lo tenía todo para ser una buena obra, y resultaba ser notoriamente similar a la novela, pero fallaba en su cinematografía, con actores que no convencían y personajes que a la larga nos parecían incoherentes. Lo mejor de esa miniserie era el personaje de Pennywise, que llenó las pesadillas infantilles de aquellos años. Hay que decir que éramos mucho más impresionables en esos tiempos, pero Curry es un gran intérprete y aquí levantó una puesta en escena que sin él hubiese sido condenada al fracaso. 

Con todo lo anterior, la película que se estrena esta semana tiene la primera virtud de no hacerse cargo de entregas anteriores, y generar una propuesta exclusivamente desde la novela a nivel estético y narrativo. La primera imagen del libro que narra el encuentro de Georgie Denbrough con Pennywise, está desarrollado de tal manera en el filme, que permite al espectador comprender que, antes de todo, el director Andy Muschietti no tiene contemplaciones para contar lo que quiere contar y además, la nostalgia metida a presión a la que nos estamos enfrentando desde hace un par de años no va a tener cabida acá. 

It del argentino Andy Muschietti revisa nuevamente la historia de la pandilla de perdedores encabezada por Bill Denbrough y sus amigos Eddie, Stan, Ben, Beverly, Mike y Richie, todos outsiders, pero no por decisión propia. King creó en su novela una base de arquetipos en donde el color de piel, el género, o la apariencia física se convierten en motivo suficiente para sufrir de maltrato, no sólo por el bully de turno, sino que también por toda la sociedad. Derry, el lugar donde se desarrolla la trama, sufre de apatía y olvido, y por ello, cada desaparición de niños y jóvenes es desechada por la más reciente. Los personajes de la película se sorprenden de ello, porque pese a que estos hechos de muerte se desarrollan en ciclos de estrictos 27 años, todos sus habitantes parecen olvidar esa constante. Es el mal de los pueblos sin memoria, condenados a repetir sus horrores cada vez. 

La pandilla se enfrenta al mal sin adornos. Bill, con la ayuda de sus amigos, busca al responsable de la desaparición de su hermano Georgie, responsable a la cual sólo pueden llamar Eso. No conocen su origen, pero saben que tiene la capacidad de mutar de forma dependiendo de los miedos que presenta cada uno. Aquí es donde el actor Bill Skarsgard (Hemlock Grove) demuestra sus habilidades como intérprete, entregando una criatura que más allá de los efectos especiales, se encuentra a medio camino entre algo real e imaginario, una sensación que también entrega el personaje de King en la novela. El villano de Skarsgard tiene matices que lo convierten en un ente burlón, carismático y aterrador, lo que provoca una sensación en el espectador que lo obligan a acercarse aunque no quiera. Es la personificación de los miedos, que siguen ahí aunque no queramos verlos. Esa dualidad está muy bien puesta en pantalla, y el director la aprovecha haciendo uso de un montaje estirado en algunos episodios para crear mayores dosis de suspenso, sin despojarse completamente del terror de salto. El trabajo del director de fotografía Chung-hoon Chung, que ya había mostrado su maestría en cintas como The HandmaidenOld Boy y Me, Earl and the dying girl, resulta imprescindible para recrear este mundo en donde aunque el sol nace y la vida recién comienza, el terror se hace presente incluso bajo la luz del día. 

Las películas de terror nos han acostumbrado a ciertos códigos que se repiten: la luz es protección, en la oscuridad reina el mal. Muschietti quiebra ese código para recordarnos que el mal y el desamparo están en todos lados, que nuestros miedos pueden aparecer en cualquier momento. La forma en la que opera la novela también tiene que ver con eso, la recuperación de los terrores atávicos a los que nos enfrentamos, a la muerte, el desconcierto, el miedo a crecer, el miedo a olvidar. "Somos chicos, es verano, deberíamos estar divirtiéndonos" es una de las frases que más se repiten en el filme, y hace sentido, pues la mayoría de los miedos de los niños tienen que ver con las proyecciones que los adultos han puesto en ellos. Miedo a enfermarse, a menstruar, a morir, a ser raro. Terrores primordiales que aunque se olviden con el tiempo, emergen en nuestras vidas adultas e interrumpen lo que hemos asumido como normalidad. 

Muschietti desarrolla un filme cautivante, donde cada elemento, incluso la música referenciada de todos los que fuimos adolescentes en 1988, está puesto en su justa medida. Consigue la atención del espectador y muestra respeto y cariño por la obra original. Es de esperar que la segunda parte de esta entrega cuente con la misma coherencia que el director ha logrado demostrar en esta ocasión.






lunes, 3 de octubre de 2016

La Noche de los Muertos Vivientes (1968): Terror en su estado natural

“La Noche de los Muertos Vivientes”, la primera película del cineasta George Romero, se estrenó en 1968. Deliberadamente filmada en blanco y negro, nos introduce desde sus créditos en un camino sinuoso. La cámara está puesta dentro de lo que parece un automóvil, y nos habla de lo que vendrá: el camino es solitario y desconocido para nosotros. La imagen no se explica por si misma; no así la música, que con tintes dramáticos, nos intenta incorporar en una historia de terror.

Al momento descubrimos que los protagonistas tienen la claridad de la que el espectador carece. Se dirigen al cementerio a dejar una ofrenda floral a la tumba de un padre que según señala uno de ellos “ya no recuerdan”. Su madre si, y por eso la obligación de ir a rendir los honores. Frente a la tumba del padre, se delinean los primeros antecedentes de la pareja. Son hermanos, y mientras ella mantiene una actitud más bien piadosa (se arrodilla para rezar), su hermano muestra más desfachatez y resolución. No cree en nada, y es desde ese escepticismo que se enfrenta a la primera presencia de un ser-no-humano. Iniciado el primer acto, la hermana se queda sola frente a un mundo que ella creía conocer pero que en realidad, le es completamente desconocido.



“Masson argumenta que para entender una película, para seguirla, debemos pasar a través de una serie de –podríamos llamar- portales. En cada uno de estos sucesivos portales preguntamos algo, o establecemos una hipótesis acerca del estatus o la identidad de aquello que estamos viendo y escuchando[1], señala Martin. El primer traspaso del portal lo hace tanto el espectador como la protagonista. En ese punto, ella deja de tener certezas y desde ese momento, tanto ella como nosotros nos enfrentamos a lo incógnito. Tanto dentro como fuera de la pantalla, estamos en igualdad de condiciones.

Resulta un alivio entonces que la protagonista encuentre una casa en medio del camino. La decoración sugiere la calidez del hogar, pero al instante descubre que no es así. Un cadáver femenino, roído y sanguinolento la observa fijo desde el segundo piso. Esto, y la presencia de animales embalsamados en una de las habitaciones nos remite de inmediato a otro clásico del cine, Psicosis (Hitchcock, 1960), la que parece ser un antecedente para la puesta en escena que estamos presenciando. Nos recuerda que las apariencias engañan, y en este mundo, esa información será más que necesaria para comprenderlo.




La aparición de Ben, un joven afroamericano, viene a sacudir las cosas. Desde el inicio, comprendemos que Ben es un sobreviviente, alguien que “viene de vuelta” y que parece tener más información sobre lo que está pasando. La casa se transforma en una isla, un refugio para ambos, que es fuertemente defendido por el joven. Afuera, la presencia de los seres extraños –les llaman “gul”- se sigue acrecentando y la tensión sube con el repentino descubrimiento de otros refugiados dentro de la casa, compuesto por una familia y una pareja que se han tomado el sótano, con miedo por lo que ocurre y sin esperanza en el futuro.


Pese a que existe interrelación entre los personajes, cada uno está librando una batalla personal. Esto se ve observa principalmente en la protagonista, Barbra, que frente a las dificultades cae en un estado de shock que no le permite articular acciones para resolver el conflicto. Se contrapone a Ben, quien busca formas de mejorar la situación en la que está. No es casual que precisamente en este caso, sea la joven blanca, virginal y bonita (se desprende que también es acomodada socialmente) quien no puede hacer frente a los conflictos, mientras que Ben, el joven afroamericano, no sólo lo hace, sino que también parece estar acostumbrado a hacerlo. Este detalle puesto aquí por Romero, nos habla de lo que va a pasar finalmente: provienen de mundos distintos, mundos que de otra forma no se hubiesen tocado. No hay amistad entre ellos, y no va a haberla tampoco.

A diferencia de su “Dawn of The Dead”, en este filme el director hace una crítica al consumo social de manera casi sutil. Mientras que en “Dawn of the Dead” la critica a los “zombies de mall” es frontal (“tal vez caminan por acá porque en este lugar fueron felices”), la crítica en “La noche de los muertos vivientes” se expresa a través de la antropofagia. La hermosa pareja conformada por Tom y Judy, quienes estaban escondidos en el sótano, son masacrados y devorados por los “gul”, después de morir quemados intentado huir. Los “gul”, errantes por el mundo producto de una falla humana, intentan apoderarse de lo que sea, “consumir” todo lo que tienen por delante, independiente de su belleza o de su bondad.

Los personajes de este filme se encuentran sitiados, sin futuro. En esas condiciones, el individualismo surge feroz, y sin empatía, todos parecen condenados a la muerte. Sin embargo, Ben, que a la vez es el único que logra ponerse en los zapatos del resto de sus compañeros, es a su vez el único que sobrevive a la masacre.

Martin nos vuelve a indicar que “Las películas no sólo reflexionan filosóficamente sobre imágenes-movimiento o imágenes-tiempo; en los movimientos, alternancias, transacciones y circulaciones que establecen, también filosofan sobre la eterna pregunta: que significa, y como se logra, que las personas se junten en comunidad y que hace que se separen”[2]. ¿Qué es lo que hace que los personajes en este filme se separen? La sobrevivencia, probablemente, pero históricamente la sobrevivencia de la especie ha estado dada por la vida en comunidad. Algo que lamentablemente el grupo de personas dentro de la casa desconoce, pero sus cazadores, tanto los “gul” como quienes llegan hacia el final de la película, conocen claramente.



La señal que nos da el final y créditos de la película nos llevan a la desesperanza. En un gesto que parece enfatizar esto último, Romero abandona la imagen móvil y nos muestra a través de fotografías el destino (terrible) de Ben. Es confundido con un gul, cazado por un grupo de personas, su cuerpo es arrastrado con ganchos y finalmente quemado en una pira. Ben es un personaje que no se encuentra seguro en ninguna parte y que no es reconocido como par por nadie, algo que también les ocurre a todas las personas que viven bajo la discriminación por su origen étnico o situación social. La crítica es tal, que las imágenes van siendo interrumpidas por los créditos de la película, como diciendo que en realidad, esto ya no vale la pena y no es necesario seguir hablando de esta historia.



En tiempos en los que el concepto de “autor” se concibe a como un vendedor de mercancías, el cine de Romero emerge como un buen ejemplo de arte termita, de aquel que se mete entremedio de las estructuras y las va horadando para convertirlas en otra cosa, “una inmersión de lombriz en un área pequeña, sin destino o fijación, y sobre todo, la concentración en incidir en el momento sin aportarle glamour, pero olvidando este logro tan luego como ha ocurrido”[3]. La aparición de su cine, creando un género nuevo, parece inocente a primera vista, pero transcurridos los años, es innegable su presencia y su permanente trascendencia en la forma en la que entendemos esta área del audiovisual.

(Este texto fue presentado en el Diplomado "Teoría y Crítica de Cine" de la Pontificia Universidad Católica de Chile, año 2016)




[1] Martin, Adrian. “¿Qué es el Cine Moderno”. Pag 30.
[2] Martin, Adrian. Ibid. Pag 44
[3] Farber, Manny. “Arte Termita contra Arte Elefante Blanco”, en http://www.lafuga.cl/arte-termita-contra-arte-elefante-blanco/716