lunes, 3 de octubre de 2016

La Noche de los Muertos Vivientes (1968): Terror en su estado natural

“La Noche de los Muertos Vivientes”, la primera película del cineasta George Romero, se estrenó en 1968. Deliberadamente filmada en blanco y negro, nos introduce desde sus créditos en un camino sinuoso. La cámara está puesta dentro de lo que parece un automóvil, y nos habla de lo que vendrá: el camino es solitario y desconocido para nosotros. La imagen no se explica por si misma; no así la música, que con tintes dramáticos, nos intenta incorporar en una historia de terror.

Al momento descubrimos que los protagonistas tienen la claridad de la que el espectador carece. Se dirigen al cementerio a dejar una ofrenda floral a la tumba de un padre que según señala uno de ellos “ya no recuerdan”. Su madre si, y por eso la obligación de ir a rendir los honores. Frente a la tumba del padre, se delinean los primeros antecedentes de la pareja. Son hermanos, y mientras ella mantiene una actitud más bien piadosa (se arrodilla para rezar), su hermano muestra más desfachatez y resolución. No cree en nada, y es desde ese escepticismo que se enfrenta a la primera presencia de un ser-no-humano. Iniciado el primer acto, la hermana se queda sola frente a un mundo que ella creía conocer pero que en realidad, le es completamente desconocido.



“Masson argumenta que para entender una película, para seguirla, debemos pasar a través de una serie de –podríamos llamar- portales. En cada uno de estos sucesivos portales preguntamos algo, o establecemos una hipótesis acerca del estatus o la identidad de aquello que estamos viendo y escuchando[1], señala Martin. El primer traspaso del portal lo hace tanto el espectador como la protagonista. En ese punto, ella deja de tener certezas y desde ese momento, tanto ella como nosotros nos enfrentamos a lo incógnito. Tanto dentro como fuera de la pantalla, estamos en igualdad de condiciones.

Resulta un alivio entonces que la protagonista encuentre una casa en medio del camino. La decoración sugiere la calidez del hogar, pero al instante descubre que no es así. Un cadáver femenino, roído y sanguinolento la observa fijo desde el segundo piso. Esto, y la presencia de animales embalsamados en una de las habitaciones nos remite de inmediato a otro clásico del cine, Psicosis (Hitchcock, 1960), la que parece ser un antecedente para la puesta en escena que estamos presenciando. Nos recuerda que las apariencias engañan, y en este mundo, esa información será más que necesaria para comprenderlo.




La aparición de Ben, un joven afroamericano, viene a sacudir las cosas. Desde el inicio, comprendemos que Ben es un sobreviviente, alguien que “viene de vuelta” y que parece tener más información sobre lo que está pasando. La casa se transforma en una isla, un refugio para ambos, que es fuertemente defendido por el joven. Afuera, la presencia de los seres extraños –les llaman “gul”- se sigue acrecentando y la tensión sube con el repentino descubrimiento de otros refugiados dentro de la casa, compuesto por una familia y una pareja que se han tomado el sótano, con miedo por lo que ocurre y sin esperanza en el futuro.


Pese a que existe interrelación entre los personajes, cada uno está librando una batalla personal. Esto se ve observa principalmente en la protagonista, Barbra, que frente a las dificultades cae en un estado de shock que no le permite articular acciones para resolver el conflicto. Se contrapone a Ben, quien busca formas de mejorar la situación en la que está. No es casual que precisamente en este caso, sea la joven blanca, virginal y bonita (se desprende que también es acomodada socialmente) quien no puede hacer frente a los conflictos, mientras que Ben, el joven afroamericano, no sólo lo hace, sino que también parece estar acostumbrado a hacerlo. Este detalle puesto aquí por Romero, nos habla de lo que va a pasar finalmente: provienen de mundos distintos, mundos que de otra forma no se hubiesen tocado. No hay amistad entre ellos, y no va a haberla tampoco.

A diferencia de su “Dawn of The Dead”, en este filme el director hace una crítica al consumo social de manera casi sutil. Mientras que en “Dawn of the Dead” la critica a los “zombies de mall” es frontal (“tal vez caminan por acá porque en este lugar fueron felices”), la crítica en “La noche de los muertos vivientes” se expresa a través de la antropofagia. La hermosa pareja conformada por Tom y Judy, quienes estaban escondidos en el sótano, son masacrados y devorados por los “gul”, después de morir quemados intentado huir. Los “gul”, errantes por el mundo producto de una falla humana, intentan apoderarse de lo que sea, “consumir” todo lo que tienen por delante, independiente de su belleza o de su bondad.

Los personajes de este filme se encuentran sitiados, sin futuro. En esas condiciones, el individualismo surge feroz, y sin empatía, todos parecen condenados a la muerte. Sin embargo, Ben, que a la vez es el único que logra ponerse en los zapatos del resto de sus compañeros, es a su vez el único que sobrevive a la masacre.

Martin nos vuelve a indicar que “Las películas no sólo reflexionan filosóficamente sobre imágenes-movimiento o imágenes-tiempo; en los movimientos, alternancias, transacciones y circulaciones que establecen, también filosofan sobre la eterna pregunta: que significa, y como se logra, que las personas se junten en comunidad y que hace que se separen”[2]. ¿Qué es lo que hace que los personajes en este filme se separen? La sobrevivencia, probablemente, pero históricamente la sobrevivencia de la especie ha estado dada por la vida en comunidad. Algo que lamentablemente el grupo de personas dentro de la casa desconoce, pero sus cazadores, tanto los “gul” como quienes llegan hacia el final de la película, conocen claramente.



La señal que nos da el final y créditos de la película nos llevan a la desesperanza. En un gesto que parece enfatizar esto último, Romero abandona la imagen móvil y nos muestra a través de fotografías el destino (terrible) de Ben. Es confundido con un gul, cazado por un grupo de personas, su cuerpo es arrastrado con ganchos y finalmente quemado en una pira. Ben es un personaje que no se encuentra seguro en ninguna parte y que no es reconocido como par por nadie, algo que también les ocurre a todas las personas que viven bajo la discriminación por su origen étnico o situación social. La crítica es tal, que las imágenes van siendo interrumpidas por los créditos de la película, como diciendo que en realidad, esto ya no vale la pena y no es necesario seguir hablando de esta historia.



En tiempos en los que el concepto de “autor” se concibe a como un vendedor de mercancías, el cine de Romero emerge como un buen ejemplo de arte termita, de aquel que se mete entremedio de las estructuras y las va horadando para convertirlas en otra cosa, “una inmersión de lombriz en un área pequeña, sin destino o fijación, y sobre todo, la concentración en incidir en el momento sin aportarle glamour, pero olvidando este logro tan luego como ha ocurrido”[3]. La aparición de su cine, creando un género nuevo, parece inocente a primera vista, pero transcurridos los años, es innegable su presencia y su permanente trascendencia en la forma en la que entendemos esta área del audiovisual.

(Este texto fue presentado en el Diplomado "Teoría y Crítica de Cine" de la Pontificia Universidad Católica de Chile, año 2016)




[1] Martin, Adrian. “¿Qué es el Cine Moderno”. Pag 30.
[2] Martin, Adrian. Ibid. Pag 44
[3] Farber, Manny. “Arte Termita contra Arte Elefante Blanco”, en http://www.lafuga.cl/arte-termita-contra-arte-elefante-blanco/716

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