Hace un tiempo atrás, los compañeros Daniel Leal y Hugo Riquelme me lanzaron un desafío: Escribir un texto acerca de uno de los brujos australes de mi amigo Carlos Andueza. El brujo escogido fue precisamente, una propuesta que le lancé yo misma; un brujo con el poder de un kraken, de poder enorme y que fuera más allá de lo comprensible.
El resultado de ese experimiento fue este cuento, que fue presentado en el programa "¿Y tú que harías?" de Radio Hobby FM. Lo muestro hoy porque es el aniversario de Lovecraft y porque de alguna forma, no puedo deshacerme de la influencia de mis autores favoritos. Con todo cariño y admiración, este cuento para uds.
El ojo verde de Ramón se posó
directo sobre la línea del horizonte marino. Allí, en ese límite, estaba la
respuesta. Estaba seguro de eso, pero su ojo negro, el otro, el atrofiado, no
le permitía enfocar correctamente. Como fuera, ahí estaba. Y faltaba poco para
que se revelara a todos, creyeran en ella o no.
Mirando el horizonte por un solo
ojo, el bueno, el sano, todo parecía accesible, pero cuando intentaba usar los
dos ojos, las cosas se volvían difusas. “Ese ojo es obra del demonio” escuchó
una vez saliendo de misa con su madre. Por supuesto, la madre, que reconocía el
efecto que provocaba esa anormalidad en el resto, lo apartó rápidamente para
que no siguiera escuchando los comentarios de los vecinos del pueblo. La gente
sentía piedad sólo dentro de la iglesia, donde dios pudiera mirarlos. Afuera,
todo era intensamente humano y por lo mismo, no había perdón para él.
Su ojo negro era incómodo, pero
su ojo verde era perfecto. A través de él lo veía todo, incluso esas cosas que
los otros no querían mostrar. ¿Era alguna clase de poder mágico? Ramón no lo
sabía. Pero si sabía algo: la dualidad de su mirada le permitía ver las cosas
de dos formas distintas, casi como si fuese dos personas diferentes, aunque el
resto no se diera cuenta. Disfrutaba esa sensación de saberse conocedor de algo
sobre sí mismo que el resto no podía adivinar.
Fue precisamente el ojo verde el
que alertó sus pensamientos esa mañana. El mar en sus tierras no era como en
otras latitudes. Había escuchado sobre un mar tempestuoso allá dentro, que
tragaba pescadores, sirenas y piratas, pero acá, en la orilla, el océano apenas
se movía. Eso al menos a simple vista, porque allá, al fondo de todo, algo
acechaba. El ojo verde podía alcanzar la visión con total seguridad, pero el
negro no permitía comprenderlo todo. Lo comentó con su madre.
-
Viene algo madre, lo puedo
ver.
-
No hijo. Imposible. Nada
viene acá, nunca.
-
Estoy seguro. Lo veo, lo
siento.
-
No – esta vez la voz de la
madre sonó más dura – deja de pensar en eso. No vendrá nada, ni aunque lo
desees.
Ramón no logró ver el temblor de
su madre. Su ojo negro la estaba apuntando.
“Ni aunque lo desees”. Su madre
le había dicho eso innumerables veces desde su niñez. “Ni aunque lo desees”
parecía ser el conjuro que ella había descubierto para coartar todas las
acciones de Ramón. ¿Quieres salir del pueblo? Ni aunque lo desees. ¿Quieres
conocer los secretos de todos? Ni aunque lo desees. ¿Quieres abandonar tu
hogar? Ni aunque lo desees.
Algo venía, algo que él no podía
comprender. Consultó con las mujeres de la orilla del mar, las que recogían
algas. “¿Han visto algo inusual en los últimos días?” Nada, las mujeres apenas
contestaron. Una chica le comentó que era normal en esta época del año creer
ver cosas, había barcos que pasaban rumbo al puerto principal y las ballenas
cruzaban para aparearse. “No debe ser nada, Ramón, usted siempre con esas
ideas. Tanto pajarito en la cabeza, debe ser porque nació ahogado” dijo una de
las viejas, junto con una risita.
Su ojo verde se posó con furia en
la mujer pero su ojo negro se desvió violentamente hacia la derecha. Salió
corriendo de ahí.
“Algo viene, algo viene” se
repetía.
-
Madre, tienes que prepararte,
algo vendrá pronto.
-
Nunca ha venido nada, deja de
pensar en eso.
-
Pero ¿si esta vez si lo
hiciera?
-
Ni aunque lo desees
-
¿Y si lo deseara?
La madre dejó de lado lo que
estaba haciendo y lo miró fijamente, como nunca antes.
-
Si lo desearas, tal vez
podría venir algo.
Esa noche soñó con la tempestad
que nunca había visto, con olas gigantes y barcos arrastrados al fondo del mar.
También soñó con mujeres, hombres, niños, ancianos, atrapados por una fuerza
incontenible, presas del dolor del agua entrando por sus pulmones. Vio a todo
el pueblo desaparecer, mientras él sobrevivía, indolente frente a todos.
Despertó confiado. Si lo deseaba,
tal vez podría venir algo.
Se dirigió al borde de la playa y
enfocó su ojo verde. Pensó concentradamente en sus deseos: las mujeres
burlonas, el cura del pueblo, la gente que lo menospreciaba. Todos ellos
caerían sin piedad.
-
Te estoy esperando, ¡VEN A
CAZAR CONMIGO!
Algo se movió al fondo del
horizonte. Escuchó una voz que venía de más allá, pero que parecía emanar de sí
mismo.
-
¿Estás seguro de lo que
deseas?
-
Sí, estoy aquí y estoy
seguro.
-
He esperado a que me llames
todos los días de mi vida, desde que te concebí. Te di el poder de ver lo
invisible. ¿Estás seguro de lo que deseas?
-
Sí, estoy seguro.
La tierra se oscureció y
sobrevino un silencio ensordecedor. Un movimiento comenzó de manera
imperceptible hasta convertirse en una gran masa móvil, agrietando todas las
construcciones y retrayendo el mar hacia el fondo del horizonte.
“¡VEN A CAZAR CONMIGO!” Gritó
Ramón una vez más, para ver finalmente, un largo tentáculo ventoso emergiendo
del océano.
-
Como desees, hijo mío.
Y la oscuridad sobrevino sobre
ese pueblo al que nunca venía nada, en el que nunca pasaba nada.
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