martes, 22 de octubre de 2019

Santiago de Chile, Octubre de 2019 / Primera parte


          Las explicaciones de este caso.

La última vez que tuve intenciones de escribir una crónica detallada lo que estaba pasando fue en el verano de 1997. En enero de ese año, mi amigo Juan Pablo desapareció del campamento donde estaba haciendo su servicio militar de verano. Lo encontraron tres días después, con signos de golpizas, asesinado. No pudimos ver su cuerpo. Sus compañeros no dijeron nada. Hasta hoy no sé quién lo mató.

La crónica que comencé a escribir en ese momento tenía por finalidad explicarle a Juan Pablo todas las cosas que habían pasado desde que supimos de su desaparición hasta que lo encontráramos. Pensé que sería lindo para él leer de primera fuente lo preocupados que estábamos por él. Cuando su cuerpo apareció, rompí el registro. Fue un tremendo error, porque por más que lo intento, no puedo acordarme de cómo me sentía en esos momentos. Recuerdo el sentimiento posterior – me ha acompañado por 22 años – pero no puedo recordar el durante.

Asumiendo que incluso las cosas más escalofriantes pueden ser olvidadas, decido teclear. Para que no se me pase, para sacar afuera, pero por sobre todo, para hacerme responsable de esta realidad que vivimos y de la que probablemente, también tengo un grado de culpa.

Los viernes siempre son buenos viernes

En la burbuja que habito, los viernes siempre son buenos viernes. Salgo temprano, puedo almorzar algo largo, beber vinito a esa hora, estirarme, pensar y casi siempre hay algo que hacer con amigos en la noche. En estos momentos, tengo organizado un ciclo personal con películas de Martin Scorsese que vemos los viernes o los sábados. Este viernes es 18 de octubre y junto a Hugo Riquelme haremos una charla sobre Comics y Cine. Uno de mis críticos de cine favoritos me llama para decirme que no puede asistir a esa actividad. Me pone contenta saber que al menos tiene ganas de ir.

Termino mi trabajo, voy al Cantábrico y me como una cazuela y un litro de malta con Hugo. Caminamos, quiero comprarle un regalo a mi novio que pronto estará de cumpleaños. Vemos pasar un grupo de mujeres muy jóvenes gritando en dirección contraria a la nuestra. El grito es “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”… cierto, pienso. Están evadiendo. Ellas y ellos están evadiendo el pago del pasaje del metro. Detrás de ellas, un carro lanza agua y algo que parece ser una bomba lacrimógena.

Con mi amigo comentamos lo interesante que es este movimiento. Nos pone contentos que haya algo de disconformidad en el ambiente. Somos una sociedad conscientemente adormecida, centrada en el gasto y en el lujo, en el sobre consumo, la parafernalia y el espectáculo. Lo sabemos y lo vivimos todos los días con la entrega del enfermo terminal que no tiene nada que perder. Algo de agitación por parte de los jóvenes puede venirnos bien, pienso. Estamos viendo la punta del iceberg, insisto

El iceberg al que me refería tuvo un rápido desprendimiento durante esa tarde. Manifestaciones en Plaza Italia y varios contingentes de carabineros que de a poco fueron generando una, dos, tres explosiones de gente en la calle, en el metro, en las micros. Vuelan las bombas lacrimógenas. Mi fuero interno siempre ha sido claro al respecto: Odio las lacrimógenas, me caen mejor las molotov. La provocación del estado siempre es mayor a la reacción del pueblo. Volvemos al lugar donde haremos la charla y decidimos hacerla de todas formas. La manifestación hasta este momento no se diferencia particularmente de otras, pero hay algo dando vueltas en el ambiente. Huele distinto, se ve distinto. 

Se viene la noche, volvemos a casa. Con mi novio vivimos a 10 cuadras del centro de Santiago y ese día nuestros amigos nos llevan a todos en su automóvil. Somos privilegiados cuando llegamos a casa, destapamos una cerveza y seguimos conversando sobre lo que está pasando. El presidente dice algo en pantalla, lo mismo que seguirá diciendo durante al menos los cuatro días siguientes.

La noche resultó ser un poco más larga de lo que teníamos planificada


 No pasa hasta que te pasa

No puedo evitar seguir pensando en las ratas de La Peste, de Albert Camus. Una rata, dos ratas, diez ratas que asomaron para advertirle al pueblo de Orán que venía la peste. Nadie las vio hasta que la enfermedad emergió por todos lados. El pueblo de Orán se contaminó por no querer hacer caso a las señales.

El sábado 19 de octubre de 2019 en la mañana había noticias alarmantes, pero decidimos salir igual. Era un día tranquilo, había algo de sol, era mañana de entrenamiento funcional. Con mi novio vamos a Barrio Italia. Vemos libros ilustrados, pienso en nuevos regalos de cumpleaños. Volvemos por Santa Isabel. Se escuchan los primeros cacerolazos. Tengo hambre. Almorzamos.

Vamos camino a casa y vemos una columna de gente caminando por la alameda. Queremos participar, corremos, viene una nueva lacrimógena. Pica, todo pica. Seguimos corriendo. Nos han entrenado bien para eso.

Sigo sintiendo que hay algo más aquí. Sé que el sistema no sabe operar de otra forma que no sea reprimiendo. Pedro me propone comprar alimentos no perecibles “en caso de que pase algo”. Me parece una exageración, pero decido hacerlo de todas formas.

¿Qué tan incorporada tengo que estar al engranaje para no asumir en ese punto que ya no va a haber retorno?

Todos quienes nos criamos en dictadura tenemos una idea tenebrosa sobre lo que significa un toque de queda. Todos compartimos un miedo primordial respecto a lo que pueden hacer las fuerzas armadas y la coerción de nuestras libertades. Pero ese sentimiento es apenas un atisbo, algo que mínimamente podemos imaginar. Si no lo veo, no lo creo. Nos criaron para además tener miedo. Niños de 42 años que siguen pensando que hay gente a la que hay que tratar de “usted”.

El anuncio del toque de queda nos golpea en demasiados lugares que no conocía. Lloro con impotencia. Pienso en las elecciones, pienso en la gente a cargo, pienso en mis padres. No me atrevo a llamarlos por teléfono, porque siento, de alguna forma, que si ellos tienen que volver a pasar por esto, es porque mi generación no fue capaz de impedirlo.


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